Este blog tiene un carácter HISTÓRICO-CULTURAL y no plantea reivindicaciones políticas de ningún tipo, descartando otro fin que el mero ESTUDIO HISTÓRICO.
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Fallece el Divisionario Enrique Cabré Sardá. ¡PRESENTE!.

Enrique Cabré Sardá.
El pasado tres de agosto falleció en Barcelona el camarada divisionario Enrique Cabré Sardá.
Hace 75 años, sin dudarlo un momento, como catalán y español, dio un paso al frente y, con una canción en los labios, el "cara al sol", subió al tren para luchar por España, su Fé y, contra el comunismo destructor.
Sus razones las dejo claras, muestra de la firmeza de sus convicciones, en la pasada comida de hermandad de julio, donde celebramos los 75 años de la División, donde participó de manera entusiasta.
Su familia, catalana por los cuatro costados, de fuertes convicciones católicas y españolistas, su padre, héroe de Cuba y África como humilde soldado, sufrió en julio del 36, la persecución de los milicianos y su protector, el criminal y golpista, Companys. Su único delito, dar cobijo y amparo en su domicilio a unas monjas y religiosos perseguidos. Tras destrozar su domicilio, las patrullas de control de los hoy "demócratas de pro", se llevaron a las religiosas, a su padre, a su madre y a su tía, dejando solos en la vivienda a dos crios de 14, 15 años.
Por eso, cuando en julio del 41 se abrieron los Banderines de Enganche no lo dudó ni un instante. Dió el paso al frente y se alistó.
Durante la guerra civil fue movilizado por la república con la quinta del biberón. Enviado al frente del Segre, a la primera oportunidad se pasó con armamento a las fuerzas nacionales. Percatados los rojos de su acción, salió una patrulla al mando de un teniente en su persecución. Los despachó con un par de bombas de mano.
Llegado a las trincheras nacionales, éstas estaban vacias y, guiado por unas voces lejanas, fue a una barraca cercana, donde estaba la vanguardia nacional de celebración, dándoles un susto de muerte al verlo aparecer con armamento por la puerta.
Tras ser agasajado y magníficamente recibido, al día siguiente una descubierta nacional encontró los cadáveres con armamento de dos de sus perseguidores.
Unos días después fué entregado al Batallón y, pese a su presentación, pues en las postrimerías de la guerra ya sobraban soldados, fué mandado, junto a otros muchos, a la retaguardia, a un campo de concentración para prisioneros.
No fué a un campo cualquiera, fué al Penal de San Marcos en León, hoy parador de turismo, que junto con el campo de Miranda de Ebro, tenían fama de ser los mas duros. Allí, rodeado de enemigos, permaneció por espacio de dos largos meses , hasta que su padre, también evadido de zona roja y, combatiente nacional voluntario, logró sacarlo.
íEl reencuentro fuée memorable, pues nada sabían el uno del otro desde julio del 36.
Finalizada la guerra, tras servir en el rondin antimarxista y en el Servicio de Información de Falange, preparó la oposición para el Cuerpo Superior de Policía, sacándola con buena nota, pero no tomando posesión de la plaza pues marchó voluntario a Rusia.
Como decía Enrique, el único beneficio que saqué de mi marcha a la División Azul, fuera de mi orgullo personal y la satisfacción del deber cumplido, fué la pérdida de casi tres mil puestos en el escalafón.
Ya en la División, pese a sus deseos de ir a un Regimiento de Infantería para combatir, fué destinado al Grupo de Transportes. Él, que era estudiante y de ciudad, se vió obligado a bregar con un carro y un caballo, con el que atravesó Polonia y Rusia.
En el frente, por necesidades del servicio, pidieron conductores de camión y, él se presentó pese a no saber conducir, lo aceptaron y acabó de conductor de camión en el Grupo de Trasporte. Un día, realizando un servicio para el grupo de veterinaria, tras descargar, vio a un soldado afeitándose que le resulto conocido, era su hermano pequeño, que también partió voluntario a Rusia y, con el que se fundió en un fuerte abrazo, pues desconocía esa circunstancia.  
El 10 de febrero del 43, en Krasnibor, recibió la orden, junto otro camión, de municionar una Batería Española que permanecía en silencio por haber agotado la munición, y que defendía las piezas con armas individuales.
Antes de llegar a la línea de fuego, un plantón les indico que la situación de la Batería era desesperada y, que los últimos 500 o 1.000 metros lo eran fuera de la protección del bosque, en campo abierto, bajo el fuego directo ruso y, en particular, de un tanque que estaba atascado, pero que hacía fuego.
Antes de salir del bosque los conductores de los dos camiones se sortearon el orden de salida, pues si ser el primero era peligrosos, ser el segundo era un suicidio.
La suerte no estuvo del lado de Enrique, el primer camión salió zumbando hacia su objetivo a toda pastilla, pero un disparo del tanque, que no acertó de lleno, provocó que el primer camión quedara volcado en la cuneta.
Enrique no lo dudó, pese al peligro evidente, y al hecho de que el carro ruso estaba sobre aviso, pese al fuego de fusilería y, tras ver la suerte del camión que le precedió, subió a la cabina y acelero. En su mente estaba lo apurado de sus compañeros artilleros, con el enemigo a las puertas y sin munición, de los infantes sin cobertura artillera y, la orden recibida.
Bajo un mar de fuego atravesó la fatídica ruta. Lo consiguió.
El oficial que mandaba la línea de piezas le abrazo. Tal como descargaban se servían las bocas de fuego.
El oficial le dijo que antes de regresar, una vez descargado, harían unos disparos de cobertura sobre el carro para protegerlo y, que intentarían recuperar los proyectiles del otro camión con trineos tirados por soldados.
Así se hizo. Pero Enrique no pensó sólo en él y su ayudante de conductor, en su vuelta y, bajo el fuego, paró a la altura del camión volcado y recogió a sus camaradas heridos, poniéndolos a salvo, al igual que fué recogiendo a todos los soldados, heridos, congelados o enfermos. poniéndolos a salvo a disposición del mando.
Esa acción le supuso la Cruz de Hierro.
Pero ese día, municionando bajo en fuego enemigo, acosado por los aviones, buscando Cias de las cuales ni se sabía si aun existían o, dónde se encontraba, atravesando caminos que no conocía y, que no sabía si eran propios o enemigos, si sería objeto de una mina, una emboscada o sería arrollado su camión por un tanque ruso, salvó la vida de cientos de camaradas, pues siempre aprovecho la vuelta, de los servicios de ese día para recoger y evacuar heridos.
Cuántos le deberían la vida?.
Hoy nos ha dejado, pero seguro que desde el cielo vela por sus camaradas que aun penan en la tierra y, allí en el cielo, rodeado de camaradas nos guiará con sus plegarias.
No quiero acabar este panegírico sin mencionar a su querida esposa Pilar, que siempre lo acompañó en su amor a España y a la División Azul.
Tengámoslo presente en nuestras plegarias y, unamos su nombre al de España.
Enrique Cabré Sardá. ¡PRESENTE!.